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Capítulo 5: El hijo que encarnó el ideal ajeno

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A él siempre lo señalaron como el bueno.
El responsable.
El que nunca daba problemas.
El que sacaba dieces, saludaba con respeto
y parecía tener un plan desde que era niño.

 

Solo que no era cierto.
Nunca supo lo que quería.
Solo aprendió a ser lo que se esperaba de él.

 

Desde los seis años notó que cada vez que su hermano era regañado,
él era elogiado.
Que su padre lo escuchaba cuando hablaba “como adulto”,
cuando usaba la lógica, cuando evitaba lo emocional.
Y entonces entendió:
ser visto implicaba no molestar.
Ser querido implicaba funcionar.

 

“No llores, explica.”
“No molestes, resuelve.”
“No sientas, actúa.”

 

Era el hijo perfecto.
Pero no por vocación.
Por estrategia de afecto.

 

Porque cuando crecer significa obedecer para ser reconocido,
uno termina creyendo que existe solo si sirve.

 

Marx decía:
“Los hombres hacen su historia, pero no en condiciones elegidas por ellos.”
Él hizo la suya desde el molde que le ofrecieron.
Y lo habitó con excelencia.

 

Estudió lo correcto.
Ganó becas.
Nunca decepcionó.
Pero en el camino, algo dentro se volvió mudo.

 

Perdió parejas porque no sabía escuchar sin resolver.
Alejó amigos porque no supo mostrarse sin máscara.

Perdió vínculos por "priorizar" agenda. 
Y se perdió a sí mismo…
porque jamás se detuvo a preguntarse si esa vida era suya,
o una simulación de lo que otros necesitaban que fuera.

 

Desde el materialismo dialéctico,
entender a una persona implica también mirar las fuerzas que la modelan.


Él no eligió ser funcional.
Fue moldeado por la necesidad de aprobación,
por la idea de que rendir es existir,
por una estructura que premia el logro
y castiga cualquier rastro de duda o fragilidad.

 

Nunca hizo una rabieta.
Nunca interrumpió.
Nunca pidió ayuda.
Y quizás por eso nadie notó que estaba desapareciendo.

 

Temía, en el fondo,
que si dejaba de ser útil…
también dejaría de ser querido.

 

Y por eso no vio lo que vendría después.

 

Porque cuando tu vida se convierte en la versión que alguien más escribió,
el resentimiento no estalla contra el mundo.
A veces explota desde dentro.
Y a veces… lleva tu mismo apellido.

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Su figura siempre "brilló".
Pero ese reflector, sin saberlo, también proyectaba sombra.

 

Y nadie advirtió que en esa sombra,
algo más comenzaba a deformarse.

 

No por maldad.
Sino porque todo exceso de perfección… deja algo afuera.

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