Capítulo 6: La sociedad — El personaje que nadie ve, pero que siempre está

Nadie le gritó “fracaso”.
Nadie apuntó con el dedo.
Nadie dijo “culpable”, “monstruo” o “loca”.
Pero todos… dijeron algo sin decirlo.
El maestro que eligió a otro alumno “porque ella no aguanta presión”.
El vecino que bajó la mirada cuando él cayó en adicciones.
El médico que explicó el diagnóstico como si fuera una condena.
El jefe que dijo “no estás rindiendo”, sin preguntar por qué.
La tía que comentó “tan guapo y tan solito”,
como si el éxito anulara el dolor.
El algoritmo que solo mostraba cuerpos perfectos,
vidas felices
y frases de superación envueltas en marketing emocional.
El sistema no tiene un rostro. Pero sí tiene voz.
Y esa voz susurra en todas partes:
“Sé fuerte. Sé productivo. Sé rentable.
Pero no seas demasiado. Ni muy frágil. Ni muy distinto.”
Foucault lo advirtió:
el poder no solo reprime.
También produce.
Produce discursos.
Produce expectativas.
Produce imágenes de lo que se supone que deberíamos ser.
Y Marx lo complementa:
no hay subjetividad fuera de las condiciones materiales.
No somos únicamente lo que deseamos.
Somos también lo que se nos permitió ser.
Lo que se nos negó.
Lo que nos definieron antes de que supiéramos nombrarnos.
Entonces, ¿quién es la sociedad?
No es un enemigo.
Tampoco un ente abstracto.
Es la abuela que cuida, pero repite viejos mandatos.
Es el profesional de la salud que alivia, pero también etiqueta sin escuchar.
Es la marca que vende aceptación disfrazada de consumo.
La sociedad no es mala.
Es repetidora.
Es heredera.
Y también es rehén de sí misma.
Porque este sistema que exige belleza, "felicidad", eficacia y control emocional…
no solo rompió a esta familia.
También nos está rompiendo a todos.
Cuando callamos el dolor del otro porque “hay gente peor”.
Cuando confundimos salud con rendimiento.
Cuando validamos más el cuerpo que la voz.
Cuando creemos que todo sufrimiento es una falla personal…
y no una respuesta lúcida a una estructura insostenible.
Entonces sí.
La sociedad estuvo ahí.
No en un acto. En muchos.
No en una persona.
En una red de exigencias que nadie diseñó del todo…
pero todos replicamos.
Y ahora, que ya conocemos al padre, a la madre,
al hijo que se quebró,
a la hija que se borró,
al hermano que brillaba hacia afuera mientras se vaciaba por dentro…
vemos que no estaban solos.
Nunca lo estuvieron.
Estaban rodeados por algo más grande.
Un tejido invisible.
Una forma de vida que premia lo que brilla,
pero castiga lo que duele.
Una historia colectiva
que atraviesa cada historia personal.
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Y la pregunta que queda no es solo quién actuó.
Sino quién calló.
Quién normalizó.
Quién sostuvo lo insoportable con palabras bonitas.
Porque lo que vino…
no nació de la nada.
Viene de todo esto que no quisimos mirar a tiempo.