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Capítulo 7: El desenlace — Lo que se quiebra cuando nadie lo ve venir

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Fue una tarde cualquiera.
No hubo gritos previos.
Ni amenazas.
Ni advertencias escritas en la piel.

Solo una tensión invisible
que ya llevaba años latiendo debajo de todo.

 

Y entonces… ocurrió.
Un acto.
Un instante.
Una fractura.

 

Y todos dijeron lo mismo:
“¡¿Cómo pasó esto?!”
“¡Si parecía que todo estaba bien!”
“¡Nadie lo vio venir!”

 

Pero no era cierto.

Sí hubo señales.
Estaban en las miradas vacías.
En los silencios prolongados.
En los síntomas etiquetados, pero nunca comprendidos.
En los cuerpos que funcionaban sin habitarse.
En los niños que crecieron sin ternura.
En los padres que sobrevivían sin preguntarse por qué.
En los hijos que se encogían para merecer amor.
En los hijos que se desvanecían intentando sostener una imagen.

 

Y en una estructura que exigía sin ofrecer refugio.

 

El que quebró no fue solo quien actuó.
Se quebró también lo que nadie quiso nombrar.

 

La soledad disfrazada de carácter.
El sufrimiento cubierto con logros.
La rabia archivada bajo un diagnóstico.
El vacío alimentado por la exigencia constante.

 

Ese día,
—el hermano de ojos tristes,
el que cargaba una historia que nadie leyó completa,

que siempre vivió en la sombra de lo que "debería ser" —
hizo algo.

 

No lo contaremos.
No es necesario.
Porque esto no es una crónica.
Es un espejo.

Y lo importante no es el morbo de lo ocurrido,
sino la cadena invisible de causas, omisiones, condiciones y contextos
que lo hicieron posible.

También te abro una pregunta sin juicios: ¿Quién es el hermano de ojos tristes?

El materialismo dialéctico no nos deja mirar solo al individuo.
Nos obliga a ver el escenario.
Las condiciones.
Las relaciones.
La historia.

Spinoza decía que entender las causas no es justificar.
Es humanizar.

Y entender esto,
sin suavizar el dolor,
sin negar la responsabilidad,
sin anestesiar la verdad…
es, tal vez,
la única forma de evitar que vuelva a pasar.

 

No con castigos.
Sino con conciencia.
No con etiquetas.
Sino con contexto.

 

Porque nadie se rompe de un día a otro.
Y si seguimos actuando como si todo fuera decisión individual,
seguiremos pidiendo soluciones individuales
para heridas que son —desde el origen— radicalmente colectivas.

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Lo que se quebró ese día no fue solo un cuerpo ni una historia.
Fue el reflejo de todo lo que evitamos ver.

 

Y si no hacemos conciencia de lo que lo causó,
seguiremos condenando a las personas…
en lugar de transformar el entramado que las quebró.

 

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REFLEXIÓN FINAL - NO ERA SOLO UNA FAMILIA 

 

Esto no fue solo la historia de un padre cansado.
Ni de una madre que se olvidó de sí.
Ni de una hija que dejó de comer.
Ni de un hijo que que se volvió lo que todos aplaudían.
Ni de otro que se le veía solo como una "falla". 

 

Fue la historia de un sistema.
De un tiempo.
De una cultura que produce cuerpos útiles
y emociones silenciadas.

 

Fue la historia de cómo el dolor se hereda cuando no se nombra.
De cómo el amor no basta si no hay estructura.
De cómo lo que no se dice… se actúa.

 

Y sí.
Fue también la historia de decisiones.
Pero decisiones condicionadas por la historia, por la clase, por el género,
por una red de fuerzas que ningún individuo controla del todo.

 

Porque nadie nace sabiendo cómo detener una cadena.
Y nadie elige sufrir como única forma de existir.

Y nadie —nadie— se salva solo.

Aunque incomode, permíteme plantearlo con honestidad:
si en algún momento, al leer esta historia, emitiste un juicio, formulaste una suposición,
si diste por hecho que existía un hermano de ojos tristes…

Entonces ya formas parte de esta historia.

 

Marx dijo:
“Los hombres hacen su historia, pero no en condiciones elegidas por ellos.”
Y tal vez ahí esté la urgencia más honda de este tiempo:

 

No seguir juzgando lo visible,
sino atrevernos a mirar lo que lo hizo posible.

 

Porque si no nombramos las estructuras…
si no tomamos conciencia del contexto…
seguiremos creyendo que todo se reduce a buenas o malas personas.

 

Y no a historias incompletas.
Y no a entornos que enferman.
Y no a heridas transmitidas por repetición ciega.

 

Este texto no busca excusar nada.
Solo recordarte que el malestar no nace en el vacío.

 

Y que muchas veces,
el dolor que llamamos “individual”
es apenas el síntoma de una historia que nadie quiso contar entera.

 

Tal vez esta no sea tu historia.
Pero ahora sabes que formas parte de una historia.

 

De un entramado colectivo
donde cada acto deja una huella.
Donde lo que callamos también educa.
Y lo que repetimos sin pensar… también modela futuros.

 

Y desde esa conciencia —más humana, más lúcida, más justa—
te invito a mirar distinto.
Y a elegir, cada día, qué estás perpetuando…
y qué estás dispuesto a interrumpir.

 

Porque todos, al final, somos parte de esta historia.

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Esta publicación no sustituye el acompañamiento terapéutico ni representa una postura clínica, sino una reflexión personal desde un sentido filosófico. La complejidad del ser humano es tan amplia, que no existe una única forma de procesar lo vivido. Lo que puede resonar en mí, puede no ser útil para todos. Si necesitas de acompañamiento, no dudes en pedir ayuda o acudir con un profesional, Es humano no tener que sostener solos. 

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