MANUAL ROTO PARA EXISTIR (CUANDO NO ENCAJAS EN LAS INSTRUCCIONES DEL MUNDO)

Al parecer, todos nacemos con un manual invisible para habitar el mundo.
Algunos lo entienden de inmediato y lo siguen con precisión.
Pero otros… reciben una versión menos humana, más dolorosa.
Un manual roto, tachado, mal traducido.
Con instrucciones que se contradicen,
con errores que no se quieren corregir.
BLOQUE I — NO SEAS.
Desde que tienes memoria, te han dicho que estás en las nubes. Que te dispersas. Que no terminas lo que empiezas.
Regla 1: Concéntrate. Aunque tu mente esté hecha de ventanas abiertas.
Pero nadie ha visto lo que hay ahí adentro: el movimiento constante, la sinfonía de detalles, la forma en que cada estímulo —un sonido, una palabra, una idea fugaz— compite por atención como si todo fuera urgente.
No es falta de interés. Es exceso de entradas.
Y cuando todo entra a la vez, mantener el hilo se vuelve una proeza.
Regla 2: Hazlo simple. Aunque tu cerebro funcione como una orquesta sin partitura.
No se trata de irresponsabilidad. Ni de pereza. Tampoco es "desconexión". A veces, es todo lo contrario: una conexión tan amplia que se desborda.
Es otra forma de conectar. Una que el mundo aún no entiende.
Estás leyendo una página y una palabra activa una asociación: un recuerdo, una idea, una imagen. En un segundo ya estás en otro sitio, recorriendo senderos que nadie más ve.
Regla 3: No te vayas. Aunque irte sea la única forma en que tu mente respira.
Vuelves. Tratas de seguir. Pero para entonces, la clase ya cambió de tema, la conversación tomó otro rumbo, el o la maestra ya hizo la pregunta.
Y ahí está: otra vez el gesto ajeno que dice "estás en otro lado".
Sí. Lo estás. Pero no por falta de voluntad. Por una mente que viaja sin freno y que —a veces— también se pierde.
Regla 4: Quédate presente. Aunque tu mente nunca haya aprendido a caminar en línea recta.
En otros momentos ocurre lo contrario: una hiperfijación. Un foco tan agudo que lo demás desaparece. Todo se centra en ese libro, ese dibujo, ese dato, esa idea. Las horas pasan y no se sienten. El cuerpo duele de tanto estar quiet@, pero algo dentro sigue encendido.
Regla 5: No te obsesiones. Aunque eso sea lo único que logra mantenerte anclad@.
Y nadie lo ve. Porque eso tampoco encaja. Porque tampoco está bien "estar demasiado concentrad@" en lo que no está en el plan.
Entonces, ¿qué se espera?
No mucho. Pero tampoco tan poco.
Solo lo justo. Lo que toca. Lo que encaje.
Regla 6: Ni mucho, ni poco. Lo justo. Aunque tú no sepas dónde está ese punto medio.
Pero no se puede regular algo que no tiene perilla. No hay botón de encendido, ni de apagado. Hay días con ráfagas, otros con niebla.
Y por más que lo intentes, a veces la atención no obedece.
Regla 7: Sé constante. Aunque tu sistema esté diseñado para vivir en oleajes.
Por dentro, la lucha es constante: Recordarlo todo. No olvidar nada. Mantener el orden. No perder el ritmo. Hacerlo todo como si fuera simple… cuando cada cosa exige el triple de esfuerzo.
Y lo logras. Muchas veces lo logras. Pero a costa de ti.
Regla 8: Quédate quiet@. No interrumpas. No hables fuerte. No preguntes tanto. Quédate en la rutina. No en la novedad.
También eso te enseñaron.
Que moverte era molesto. Que hablar mucho era interrumpir. Que preguntar era desafiar.
Pero no querías desobedecer. Querías entender.
Y lo intentaste: tragarte la pregunta, quedarte sentad@, bajar la voz.
Aunque todo en ti quería moverse, conectar, descubrir.
Aún hoy te cuesta no sentir culpa por ver más, por avanzar antes, por emocionarte con lo nuevo.
Como si seguir siendo quien eres… fuera un error que hay que corregir.
Regla 9: No se nota. Entonces no existe. Aunque el precio lo pagues en soledad.
Porque hay un precio que nadie ve: El cansancio. La vergüenza. La culpa. Esa sensación de estar siempre llegando tarde a lo que l@s demás parecen hacer sin esfuerzo.
Y aún así, te levantas cada día. Con la mente que tienes. Con la forma que te habita. Con la certeza de que no es flojera. Ni rebeldía. Ni falta de compromiso.
El manual no vino escrito para ti. Y lo que aún te cuesta no es inventarte uno nuevo…
sino hacerlo en un mundo que no sabe cómo mirarte.
BLOQUE II — NO SIENTAS.
Regla 1: No llores por todo. Aunque tu cuerpo no distinga si el dolor es de hoy o de hace diez años.
Una palabra cortante, un gesto brusco, un cambio imprevisto… y todo se activa.
No es exageración. No es debilidad.
Es que la emoción no llega en niveles, sino como una ola que rompe sin aviso.
Regla 2: No te tomes todo personal. Aunque lo que te duele no es lo que dijeron, sino lo que despierta.
A veces intentas no reaccionar. Tragas saliva. Aguantas el pecho apretado.
Pero el cuerpo ya respondió. La cara ya se encendió. Las lágrimas ya están ahí.
Regla 3: Mantén la calma. Aunque tu sistema nervioso haya sido educado en la tormenta.
Y cuando explotas, no es para llamar la atención.
Es porque no te cabe más. Porque sostenerlo cuesta tanto que al final… algo se rompe.
Regla 4: No seas tan impulsiv@. Aunque la urgencia de defenderte llegue antes que el pensamiento.
Después viene la culpa. La vergüenza. La revisión mental de todo lo que dijiste, lo que hiciste, lo que “deberías haber hecho”.
Pero el juicio llega tarde. Porque la emoción ya había tomado el volante.
Regla 5: Piensa antes de actuar. Aunque a veces solo puedes actuar… y pensar después, cuando ya es tarde.
Y cuando por fin logras “contenerte”, nadie lo nota.
Nadie ve la pelea interna que libraste para no alzar la voz, para no llorar, para no huir.
Nadie aplaude el control invisible. Solo se señala cuando “fallas”.
Regla 6: No seas tan sensible. Aunque tu sensibilidad haya sido siempre tu modo de entender el mundo.
Desde pequeñ@ ya sentías mucho.
Pero en lugar de enseñarte a sentir… te enseñaron a callarlo.
“Cálmate.” “No hagas dramas.” “Eso no es para tanto.”
Aprendiste a tragar la emoción. A no incomodar. A parecer bien.
Y ahora te piden que lo “regules”.
¿Pero cómo se regula lo que nunca tuvo permiso de sentirse?
No aprendiste a regular: aprendiste a evitar.
Y por eso ahora, cuando la emoción llega, te inunda.
No porque lo quieras… sino porque nadie te enseñó cómo.
Regla 7: Madura. Aunque el precio de “madurar” haya sido aprender a no sentirte tanto.
Y entonces entiendes que tu problema no es sentir.
Es vivir en un mundo que castiga lo que no puede medir.
Porque el dolor interno no se ve en radiografías.
Porque nadie ve lo que duele anticipar el rechazo antes de que ocurra,
cargar con todo, regularlo todo, justificar cada emoción.
Regla 8: No hagas una tormenta. Aunque la tormenta ya estuviera dentro desde antes que lo dijeran.
Y aún así, sigues intentando.
Con todo. Con lo que puedes.
Con tus estrategias, tus respiraciones profundas, tus pausas, tus logros reales que nadie más ve.
Porque has aprendido que tu mundo emocional no es un defecto. Es historia.
Y aunque muchos te llamen “demasiado”, estás empezando a descubrir que sentir así no es una falla.
Es solo otra forma de existir.
Una forma que el manual no incluyó… pero que igual es válida.
BLOQUE III- NO TE MIRES
Regla 1: Sostén la mirada. Aunque a veces mirar de frente sea como exponerte sin armadura.
No es desinterés. Es defensa.
Porque hay miradas que queman, que juzgan, que exigen.
Y cuando eso ocurre, el mundo se vuelve demasiado.
Demasiado ruido. Demasiado cerca.
Regla 2: Si no miras, no estás presente. Aunque mirar al suelo sea la única forma de procesar lo que escuchas sin colapsar.
Desviar la mirada no es escapar.
Es buscar un lugar donde lo emocional no invada tanto.
Porque hay días en que cada gesto es demasiado ambiguo para descifrarlo.
Regla 3: Sé más natural. Aunque lo “natural” sea una actuación ensayada y agotadora.
Porque hablar no es solo hablar:
es traducir si el otr@ está molesto o solo está serio.
Es adivinar si el “no pasa nada” significa “todo está mal”.
Regla 4: Entiende las indirectas. Aunque todo en ti funcione en línea recta.
Porque mientras l@s demás dicen “no importa”, tú lo tomas literal.
Mientras otr@s se ríen del doble sentido, tú te quedas intentando unir los puntos.
No es que no lo intentes.
Es que a veces el código no llega completo.
Regla 5: No digas todo tan crudo. Aunque no sepas otra forma que no sea decir lo que ves.
A veces hablas con franqueza.
No por dureza, sino por claridad.
Y eso incomoda. Porque en un mundo de adornos… lo directo suena rudo.
Pero tú no estás siendo cruel.
Solo estás diciendo lo que es.
BLOQUE IV- NO SEAS TÚ
Regla 1: Sé flexible. Aunque el cambio te duela más de lo que puedes explicar.
Hoy dijeron que sí, mañana que no.
Hoy era a las 4, ahora será “más tarde”.
Y eso, para otr@s, no parece grave.
Para ti, es perder el piso.
Porque cuando todo cambia sin aviso, algo dentro se aprieta.
Como si el mundo se desordenara entero.
Regla 2: No seas tan intens@ con tus temas. Aunque encontrar algo que te apasione sea lo único que te ancle al día.
Cuando algo te interesa, te consume.
Podrías hablar de ello por horas.
Y lo haces con emoción genuina, con profundidad, con entrega.
Pero alguien interrumpe. Cambia el tema. Se aburre.
Y ahí llega la incomodidad.
Como si compartir lo que amas… fuera “demasiado”.
Regla 3: Saluda con un abrazo. Aunque el contacto físico se sienta como una invasión al sistema.
No es rechazo. Es saturación.
A veces solo necesitas espacio.
No porque no quieras.
Sino porque acercarse demasiado se siente como estar sin piel.
Regla 4: No seas exagerad@. Aunque cada estímulo —una luz intensa, un ruido inesperado, una textura incómoda— se sienta como un ataque al sistema.
No es debilidad. Es hipersensibilidad.
Es que el umbral no es el mismo.
Y vivir con eso también agota.
Regla 5: Haz amistades. Aunque el esfuerzo social te agote más que una jornada de trabajo.
Las reglas no escritas de las relaciones… te cuestan.
Lo intentas. Pero todo es cálculo.
Y después de un rato, el cuerpo ya pide pausa.
No porque no quieras conectar.
Sino porque todo ese “estar”… se siente como cargar peso invisible.
Y aún así, lo intentas.
Fuerzas el gesto, el contacto, la sonrisa.
Para no parecer “rar@”. Para no ser señalad@.
Y aunque nadie lo note, a veces estar… ya es más de lo que puedes decir.
BLOQUE V — ENCAJA
Encajar me rompe.
Ser yo me aísla.
¿Dónde está el punto medio que me permita simplemente… respirar?
Te pidieron que te adaptes. Que no cuestiones. Que entiendas cómo funciona todo…
aunque nunca nadie haya intentado entenderte a ti.
¿Quién serías si te hubieran dejado ser desde el principio?
Regla 1: No incomodes. Aunque tu forma de estar no quepa en sus esquemas.
Te enseñaron a medir cada gesto, cada palabra, cada emoción.
A no desentonar. A no interrumpir. A no ser “demasiado”.
Y lo lograste: aprendiste a parecer “normal”.
Una palabra que todos usan, pero que no existe en lo humano.
Pero cada paso que diste para encajar… fue un paso lejos de ti.
Regla 2: No preguntes tanto. Aunque tus preguntas nacieran de intentar entender.
Porque preguntar incomoda.
Porque dudar se ve como desafío.
Porque mirar más allá del borde del aula, del trabajo, del cuerpo…
te hizo sentir que estabas mal solo por querer ver distinto.
Regla 3: No te enojes. Aunque algo dentro grite que esto no es justo.
Porque alzar la voz es ser conflictiv@.
Porque decir “esto me duele” es ser ingrat@.
Porque mostrar cansancio es ser débil.
Y entonces tragaste todo: el enojo, la tristeza, la confusión.
Hasta que ya no supiste si lo que sentías era real… o una “falla”.
Regla 4: Agradece. Aunque lo que recibes no te vea.
Agradece el espacio, aunque no quepas.
Agradece el afecto, aunque venga con condiciones.
Agradece el trabajo, aunque te exija olvidarte de ti.
Agradece… como si no doliera tener que agradecer lo que no te reconoce.
Regla 5: Encuentra tu lugar. Aunque lo hayas buscado en todos lados menos en ti.
Te pidieron encajar. Y tú lo intentaste todo.
Moldeaste tu voz, tus horarios, tus gustos, tu cuerpo, tu forma de sentir.
Y aún así, seguías siendo “demasiado”.
O “insuficiente”.
O “casi”.
Y ahora te preguntas…
¿quién serías si no hubieras tenido que corregirte tanto para existir?
ÚLTIMA REGLA
Y la última regla… no es una regla.
Es una sugerencia, más humana que normativa:
No sigas el manual.
No sigas ningún manual que te pida dejar de ser para poder existir.
Porque no es justo que la vida te exija corregirte para pertenecer.
Porque nunca estuviste mal.
Sentir distinto, pensar en ráfagas, amar en otras frecuencias, ver otros matices o ir más rápido… no es falla. Es forma.
Y toda forma de ser merece un lugar donde no tenga que justificarse todo el tiempo.
Sí, a veces tendrás que adaptarte.
Ese es el mundo.
Pero adaptarte no puede significar anularte.
Toda forma de existir debe permitir otras formas de existencia dignas.
Esa es la única ética que vale la pena.
Lo más humano no es obedecer instrucciones.
Es atreverse a escribir las propias,
cuando las del mundo ya no alcanzan para ser.
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Esta publicación no sustituye el acompañamiento terapéutico ni representa una postura clínica, sino una reflexión personal desde un sentido filosófico. La complejidad del ser humano es tan amplia, que no existe una única forma de procesar lo vivido. Lo que puede resonar en mí, puede no ser útil para todos. Si necesitas de acompañamiento, no dudes en pedir ayuda o acudir con un profesional, Es humano no tener que sostener solos.
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